cruz

cruz

domingo, 6 de junio de 2021

LOS HURTADO DE MENDOZA: MALHECHORES FEUDALES EN EL PRIMER CUARTO DEL SIGLO XVI EN CUENCA

 

Diego Hurtado de Mendoza había construido en Cuenca junto a sus casas viejas otras nuevas, unidas por un pontido o paso elevado. La construcción fue denunciada por algunos regidores, aunque no parece que don Diego hiciera mucho caso. Los requerimientos del Consejo Real fueron más allá, solicitando el derribo de las nuevas casas, a entender de muchos conquenses, casa fuerte donde se escondían malhechores, autores de crímenes al servicio de don Diego Hurtado de Mendoza. No faltaban motivos. Apenas muerto el rey Felipe el Hermoso, don Diego Hurtado mandó a sus sicarios para asesinar al alguacil mayor del corregidor de Cuenca Martín Vázquez de Acuña, al que arrebató la vara de justicia. Los asesinos se refugiaron en la casa de Diego Hurtado, donde libres y sin cargos seguían una década de años después, comiendo de su mesa. Era tal el poder de Diego Hurtado, que un pesquisidor, llamado licenciado Salcedo, enviado contra él, tuvo que huir de Cuenca, dirección Huete, de donde escapó de nuevo ante las amenazas.

No mejor suerte debió correr el pesquisidor Quirós, enviado por el Consejo Real para derribar la casa fuerte de Diego, tenida por los conquenses como un nido de malhechores. Aunque el odio contra los Hurtado Mendoza venía por la acusación de apropiarse de los bienes comunales de la ciudad, en concreto, de los pastos de la sierra. Las acusaciones iban dirigidas contra Diego Hurtado, pero también contra su consuegro Luis Carrillo. Las violencias nobiliarias, incluida la muerte de un pastor, expulsaban de la sierra a sus habitantes. “La tierra de Cuenca se despuebla e se despueblan los señoríos”, se decía por unos moradores que habían gastado dos mil ducados en sus pleitos.

El poder de Diego Hurtado de Mendoza en la ciudad de Cuenca era abrumador. Sus excesos y violencias, cometidas junto a su hermano Rodrigo Manrique y su primo Diego Manrique, eran innumerables: un criado de Diego Hurtado había dado una cuchillada al regidor Juan Álvarez de Alcalá, ante la presencia de Rodrigo Manrique que ayudó en la fuga al agresor; el canónigo Diego Manrique había formado liga de malhechores a sueldo para imponer el terror en Cuenca, entre sus acciones, el acuchillamiento de dos alguaciles al servicio del corregidor Fernando Rebolledo o de otro llamado Nieto, el asesinato de un criado de don Alonso Pacheco, la muerte del licenciado Adulza, teniente por el corregidor marqués de Falces. Aunque esta vez, el juez pesquisidor, licenciado Rivadeneira, no se dejó amedrentar, no hubo quien fuera capaz de imponer unas sentencias a los huidos en Cañete. El desobedecimiento de la justicia real era la norma a la hora de cumplir la condena contra un criado de Diego Manrique, asesino de un tal Ayllón. Aunque la lista de los agraviados era interminable: un sillero fue molido a palos por no adobar bien una silla, cuchilladas contra un maestrejaque, Gonzalo de Castro, mayordomo de la ciudad, acuchillado por don Hurtada, hijo del guardamayor Diego. Diego Hurtado aprovechaba su oficio de tesorero de la casa de la moneda de la ciudad para colocar en sus oficios a sus fieles; monederos falsos que conseguían ser francos o exentos de impuestos en los nuevos cargos. Los Hurtado de Mendoza ejercían contra sus enemigos la guerra de propaganda. No nos ha llegado, pero en Cuenca, por obra del canónigo Diego Manrique, se propagó cierto libelo que injuriaba a los principales linajes de la ciudad. Sin duda, las acusaciones del libelo irían contra las familias conversas de la ciudad.

El alcalde Cervantes había hecho frente a la familia, pero su juicio de residencia lo llevaba desde Burgos, adonde llegaban las amenazas de la familia Hurtado, que habían prometido cortarle la cabeza. Las amenazas no eran vanas; la ciudad había proporcionado unos alabarderos para su custodia y protección personal. La familia Hurtado tenía por especial enemigo al licenciado Cervantes, que se había encontrado como aliados inesperados a Alonso Pacheco y Luis Carrillo de Albornoz. Aparte de las repetidas cuchilladas que habían recibido también algunos de sus criados, la causa de los odios venía por la ocupación de los pastos comunes de la sierra de Cuenca. De allí habían sido expulsados los hombres de Luis Carrillo de Albornoz, y otros vecinos procedentes de realengo. El motivo no eran solo los pastos, sino la necesidad de tierras de labranza para una población en aumento. Los actos judiciales del alcalde Cervantes fueron respondidos por la familia Hurtado de Mendoza con la formación de un ejército familiar propio, artillería incluida, que imponía su ley en la ciudad. Los intentos de Cervantes de llevar los excesos caían en saco roto: el pesquisidor Ronquillo no se atrevió a entrar en la ciudad, el licenciado Quirós lo hizo, pero sus autos fueron derivados a la Chancillería de Granada, donde estaban condenados a dormir en el tiempo. Estos monederos falsos eran personas ricas, con haciendas de dos cuentos de maravedíes, que, libres de pechos, buscaban una vía de ennoblecimiento.

La imagen de Cuenca en aquellas dos primeras décadas de siglo XVI era la de una ciudad encastillada, con una torre y una iglesia mayor convertidas en fortalezas en manos de los Hurtado de Mendoza y de sus hombres. Sus opositores pedían en vano al consejo real que se mandara un alcaide, tal como en Segovia y su Alcázar, para imponer el orden. Sin embargo, el problema era social y su raíz estaba en la Tierra de Cuenca más que en la ciudad: se pedía a la vuelta a la Corona real y a la jurisdicción de la ciudad de los mil quinientos vasallos del sexmo de Altarejos y tierras anejas, en manos de criados de los Pacheco belmonteños, la expulsión de los ganados de las tierras ocupadas, que impedían la labranza para alimentar una población en aumento, pero las acusaciones iban dirigidas contra la nobleza, vistos como malhechores feudales: el marqués de Moya había ocupado una parte de los términos de la tierra de la ciudad; Luis Carrillo, Valdecabras; el señor de Piqueras, Chumillas; el regidor Juan de Alcalá, la dehesa de Nogerón en Valera de Suso y tierras en el lugar de Solera; Diego Hurtado de Mendoza, el lugar de Uña, Cañada y la dehesa del Hoyo; la orden de Santiago, además de Valtablado tenía ocupado el término de Armiñones y Mezquitas. La lista de heredamientos enajenados en manos de otros regidores era interminable y las acusaciones se extendía a los canónigos de la catedral, en una sede episcopal con obispo extranjero y no residente en la ciudad.

Las miras estaban puestas en el canónigo Diego Manrique, azote de los caballeros y principales de la ciudad de Cuenca. Acusado por sus enemigos de difundir un libelo contra los caballeros conquenses en una pantomima de ceremonia: reunidas doscientas personas se leyó un libelo difamatorio, ante escribano, para “guardar secreto” de lo allí leído. Entretanto, los fieles de los Hurtado Mendoza, los licenciados Cuéllar, Titos y Orellana, se encargaron de divulgar el libelo casa por casa. El escrito había sido redactado por Martín el de la Lechera, y parece ser una respuesta a un escrito anterior contra las grandes familias de la nobleza, de cuya autoría se acusaba al licenciado Cervantes.

Las acusaciones contra los Hurtado de Mendoza venían de los regidores García Hernández de Alcalá y Hernando Valdés. Eran interesadas, pero ciertas. Si el canónigo Diego Manrique culpó a sus criados, Diego Hurtado de Mendoza alegó razones políticas para justificar las violencias, los problemas con el corregidor Martín de Acuña se hizo en virtud de cartas secretas del rey Fernando, por entonces en Nápoles, y traídas por Micer Andrea. Si bien de su declaración se dejaba traslucir la enemistad manifiesta contra el licenciado Cervantes, que había cortado las manos a dos de sus criados. En la época de las Comunidades, aunque él estaba ausente, acompañando al Emperador en Flandes, los desmanes de su hermano Rodrigo Manrique, con muerte en el campo de San Francisco e intento de asalto a la ciudad el 18 de octubre con setecientos hombres, eran simple respuesta a los desmanes de los comuneros. Si bien Rodrigo y Diego Manrique intentaron sosegar en un primer momento a la Comunidad que se juró en la iglesia de Santo Domingo, los hechos se precipitaron cuando, en agosto de 1520, ambos fueron expulsados de la ciudad junto a la madre de Diego Hurtado, Francisca de Silva. La casa familiar fue asaltada y saqueada.

Nos es especialmente importante buscar las razones por las que la rebelión de las Comunidad fracasó en Cuenca. Hemos aportado varias causas, de ellas, la primera un reparto de tierras decidida por el concejo de Cuenca. Hecho en el que se escudó el propio Diego Hurtado de Mendoza para justificar sus ocupaciones legales y un hecho al que se intentó dotar de cierta legalidad con la aprobación por el Consejo Real. Así nos lo narraba Diego Hurtado:

Que en lo que dizen que se labre la syerra contra el thenor  de çiertas sentençias por los vasallos del dicho Diego Hurtado dize que de su consentimiento y voluntad no se prouará con verdad averse echo antes después que se dieron las sentençias e carta executoria él les habe dado e lo vedo hasta el tienpo que estubo rrebuelta la dicha çibdad que se pregonó que labrasen en la dicha sierra los que quisiesen pagándole cierto tributo a la çibdad porque paresçió ser cossa muy hútil e provechosa a ella ansy a esta causa Hernando de Valdés uno de los rregidores que aquí están e an dado los dichos capítulos fue a Palençia a pedir en nonbre de la dicha çibdad que se labrase la syerra e v. mt. mandó proveer de una provisión para la justiçia que hoviese ynformaçión de la hutilidad e prouecho dello e se truxiese al Consejo lo qual se truxo e hasta agora no se ha visto.

 

Los pueblos de la sierra continuaban en 1524 intentando legalizar ese repartimiento de tierras, quizás generalizado en todos los sexmos, pues tenemos noticias de las peticiones de los sexmeros; lo que muestra que había una ocupación de hecho de las tierras tomadas en el verano de 1520. Otras medidas, ya al final del otoño, como la presencia de los comuneros de las diversas collaciones de la ciudad en los ayuntamientos o la celebración del mercado franco de los jueves ayudarían a explicar por qué las Comunidades en Cuenca se apagaron. Y es que el triunfo de los labradores pobres fue total en un primer momento frente a la nobleza: acceso a la propiedad de la tierra y defensa de la ciudad a los sublevados en las tierras del sur para volver a la jurisdicción real en oposición a los criados de los Pacheco y sus jurisdicciones usurpadas.

En cualquier caso, la vuelta de los Hurtado de Mendoza tras las Comunidades no fue una vuelta a la situación anterior. Si Luis Carrillo de Albornoz emprendía el camino de la guerra de Navarra para esconder viejos compromisos comuneros. Los Hurtado de Mendoza toparían con el licenciado Cervantes, dispuesto a juzgar las tropelías de la familia. Es hecho cierto que los Hurtado de Mendoza intentaron linchar al licenciado Cervantes, juntando gente armada con picas en su casa a cargo del comendador Rodrigo Manrique, mientras el canónigo Diego y el racionero de la catedral Requena espiaban una noche cerrada los movimientos del licenciado para preparar el asesinato. Los hombres de Rodrigo Manrique intentaron dar el golpe final, pero no contaron con la defensa de los alguaciles del licenciado Cervantes, que como ya hemos mencionado cortaron la mano de dos criados de los Hurtado de Mendoza y le abrieron la cabeza a otro. Rodrigo Manrique escaparía por una puerta falsa de la casa familiar, al ser buscado por la justicia, haciendo caso omiso del Consejo Real y sus emplazamientos para presentarse, mientras su primo el canónigo Diego Manrique se mostraba sumiso a la justicia para responder, aunque alargando su presencia en la Corte, donde se le habían dado quince días para presentarse por cédula de 30 de junio de 1524. Para septiembre el pleito seguía inconcluso y sin visos que los Hurtado de Mendoza Y Manrique respondieran ante el Consejo Real. Por cierto, hemos de alegrarnos que Rodrigo Manrique no matará al licenciado Cervantes, pues estamos ante el abuelo del autor de El Quijote… quizás la historia de la literatura española hubiera cambiado.


AGS, CRC, 73