Ignacio de la Rosa Ferrer: Historia de Arrancacepas
cruz
domingo, 13 de marzo de 2022
sábado, 29 de enero de 2022
LA LABOR DE LA SIERRA EN LA ÉPOCA DE LAS COMUNIDADES
Quizás es decir demasiado, pero la legalización o prohibición de tierras roturadas en la sierra de Cuenca dependía de unos procesos en poder de un escribano nombrado a la ocasión allá por los años 1509 y 1510 y que se había llevado con él hasta el valle de Marquina en tierras vizcaínas. Y es que Pedro Ochoa de Marquina había entendido en estos asuntos de roturación de tierras en la sierra de Cuenca y con el se había llevado los originales. Las copias que quedaban en el archivo de Cuenca tenían el valor que tenían cualquier otra copia testimonial, aunque en este caso muy poco, pues cuando los concejos de Zahorejas, Villanueva de Alcorón y el Recuenco piden un 1 de agosto de 1520 los procesos originales de 1509 y 1510, aliados junto al concejo de la Mesta, en la ciudad de Cuenca, apenas unos días antes, en el mes de julio, la roturación de tierras en la Sierra de Cuenca es un hecho o lo que es lo mismo la ocupación de tierras contraviniendo las sentencias de los jueces de 1509 y 1510 y es probable que esas copias fueran quemadas. Ni qué decir tiene que la provisión para recuperar esos procesos quedó durmiendo el sueño de los justos, hasta que, pasadas las veleidades comuneras, el 26 de septiembre de 1522, un procurador de los concejos serranos mencionados se presenta en el valle de Marquina pidiendo los procesos originales el escribano que los poseía ya había fallecido, si bien es verdad que en este caso se habían pasado íntegramente a su sucesor Juan de Ibar.
Y es que las disputas por las tierras serranas se dilucidaba en un olvidado valle vasco de la merindad de Marquina. Pero el viaje de Juan del Villar hasta tierras vascas había valido la pena, junto a las provisiones en nombre de la reina Juana de 1509 y 1510, el procurador conquense se trajo los procesos completos de esos años, viejas licencias de roturaciones de tierras legalizadas a cambio de dar una fanega de trigo al alhorí de la ciudad y, ya de paso, las usurpaciones de tierras por los habitantes de los pueblos bajo el señorío de don Diego Hurtado de Mendoza: una lista completa de todos y cada uno de los vecinos de Tragacete, Uña o Poyatos que habían roto nuevas tierras para el cultivo. Sorpresivamente, el malestar por la falta de tierras se centraría en la época comunera contra los Hurtado de Mendoza, tanto de los pastores que veían esquilmados los pastos como de aquellos que deseando labrar tierras se veían excluidos de estas usurpaciones por el bando de los Hurtado de Mendoza. La tierra era tan escasa y el equilibrio tan frágil entre los excesos de roturación y la dejadez que podía llevar a la extensión de la maleza, que estas usurpaciones nobiliarias sin control creaban graves tensiones sociales.
En 1509, el juez enviado hasta Cuenca era Pedro de León, a petición del concejo de la ciudad que protestaba por las roturaciones de su tierra en la serranía. En realidad, Pedro de León iba a indagar por qué se había roto el viejo compromiso en el seno de la ciudad y su tierra, un acuerdo no escrito entre los caballeros y escuderos y la comunidad que abogaba por labrar una parte de la sierra tal como se había hecho tradicionalmente para evitar la extensión de la maleza y que obligaba a cada labrador con un par de bueyes a dar una fanega de lo cosechado al alhorí de la ciudad de Cuenca.
La raíz de los males de los moradores de la sierra era don Diego Hurtado de Mendoza. Si bien es verdad que en la roturación de nuevas tierras, el labrar la sierra, participaban todos, incluidos los dieciocho pueblos del sexmo de Alcorón, había un monopolio de don Diego Hurtado de Mendoza en el acaparamiento de granos. Ya no es solo que los vasallos de don Diego Hurtado de Mendoza labraran sin freno la sierra, es que los pequeños labradores de otras pueblos de realengo acudían hasta don Diego para vender sus granos, creándose una situación de desabastecimiento en la ciudad de Cuenca.
sus partes no podían resistir el poder de Diego Hurtado e sus villas e que si algund pan avían cogido que todo lo avía llevado a las dichas sus villas e que no avía venido una fanega ni más de pan a la dicha çibdad de Cuenca
El conflicto no era entre ganaderos y labradores sino entre ricos y pequeños propietarios de tierras o ganados. Las roturaciones de los vasallos de Diego Hurtado de Mendoza estaba rompiendo el frágil equilibrio de las economías domésticas de la sierra conquense. Una economía tradicional complementaba una agricultura familiar de un par de bueyes con pequeños hatos de ganados, respetuosa de la naturaleza que proveía de caza como complementariedad. Los pueblos de realengo se arruinaban y sus habitantes huían a las tierras de señorío, donde la salvaje roturación de tierras en los llamados masegosos y ensanchamientos ofrecían nuevas posibilidades. La ciudad de Cuenca se veía impotente para ordenar el territorio de su común, a su suelo pertenecían tanto los lugares de realengo como de señorío, y en ambos casos estaban sujetos a las ordenanzas de la ciudad para solicitar licencias para las roturaciones y obligados a aportar una parte de la cosecha como censo al alhorí de la ciudad. Pero el incumplimiento era absoluto, especialmente en las tierras de don Diego Hurtado de Mendoza. La situación de anarquía se había generado en el período de carestía de 1504 a 1508; la crisis económica fue acompañada de una crisis política: el gobierno de la ciudad sobre sus sexmos y alfoz era muy débil. Pueblos de los Hurtado de Mendoza, Uña, Poyatos o Tragacete se habían lanzado a una ocupación desaforada de tierras, pero los pueblos del sesmo de Arbeteta, en sus limitaciones, actuaban de forma similar, mientras la Mesta actuaba con sus propias reglas. En esta confusión de todos contra todos era, sin embargo pocos los que ganaban. Y estos eran los Hurtado de Mendoza, que es ahora cuando acumulan ese resentimiento contra ellos que explotará en la época de las Comunidades.
Los jueces de comisión mandados por el Consejo Real eran, al igual que sus sentencias, ninguneados. Si existían sentencias contra la villa de Beteta por el rompimiento de tierras, se citaban privilegios antiguos, inexistentes, para seguir roturando en Poyatos, Uña, Húélamo, Tragacete o Majadas. O se jugaba con las escrituras. Tragacete decía disponer de escrituras de 1472, aunque era simple sentencia contra un amedrentado alcalde entregador, Fernando Alonso de las Muelas, al que se negaba jurisdicción, o sencillamente se negaba el valor de sentencias como las del doctor Frías, tras la guerra de Sucesión castellana, o el bachiller Avilés, en tiempos de la reina Juana. Es más, cuando las acciones de los jueces de comisión del Consejo Real tenían éxito y su labor era seguida de la destrucción de los pajares, al poco tiempo, en unas comisiones limitadas en término, eran de nuevo levantados.
La ejecutoria ganada por la ciudad en Valladolid a 24 de agosto de 1509 se vio como un triunfo o, al menos, esa era la literalidad de su texto: que de aquí adelante ningunos conçejos ni personas direte ni yndirete sean osados de labrar por pan nin senbrar ni arar ni quemar ni ronper ni rroçar la dicha syerra ni cosa alguna ni parte della ansy lo antiguo como lo nuevo contra el thenor e forma de las dichas sentençias e cartas dadas por el rrey nuestro señor e padre e por la rreyna nuestra señora e madre que santa gloria ayan para que la dicha syerra no se labre syno que la dicha syerra sea e quede pasta común so las penas contenydas en las dichas sentençias e demás so pena contenidas en las dichas sentençias e demás so pena que las personas que entraren a labrar e labran por pan la dicha syerra pierdan los bueyes e bestias e aparejos con que entraren a labrar en ella o sea la mytad de ello para los guardas de la dicha syerra que pusiere la dicha çibdad para la guarda e la otra mytad para los propios de la dicha çibdad
La ejecutoria, a instancia del sesmo de Villanueva de Alcorón, daba por firmes y cosa juzgada las sentencias del bachiller Avilés, revocando las ocupaciones de tierras y mandaba, por carta de 18 de enero de 1510, juez ejecutor, el licenciado Pedro de León, y al escribano Pedro Salazar para hacer efectivas las restituciones. Con ellos iba la orden de sacar dos traslados de sus actuaciones para ser guardados en el arca del archivo de Cuenca y en el arca del archivo del sesmo de Villanueva de Alcorón. En las pasadas sentencias del bachiller Avilés, las quejas habían venido de las villas de Beteta y Peñalén, erigidas en defensores de los derechos ganaderos frente a los nuevos rompimientos. De los contenciosos jurídicos se había pasado a los hechos; en 1521, un pastor de Beteta había sido muerto a palos por los labradores de los lugares del señorío. Era zona de litigio el lugar llamado de los Masegosos, que se intentaba sustraer al pasto común y se intentaba adehesar por algunos regidores de la ciudad de Cuenca.
Por entonces, Diego Hurtado de Mendoza y Luis Carrillo de Albornoz estaban ausentes en la guerra de Navarra y posterior sitio de Fuenterrabía. El 28 de noviembre de 1523, olvidando sus diferencias comuneras, conseguían provisión real para revisar la ejecutoria de 1509. Para entender en el asunto la ciudad cometió a su alguacil mayor Lope Méndez de Sotomayor, ahora apremiado por la real provisión a cesar en su misión de acabar con los repartimientos comuneros, cuyo memorial exponiendo los hechos nos ha llegado íntegro:
S(acra) C(esárea) C(atólica) M(agestad)
Lope Méndez de Sotomayor alguazil mayor de la çibdad de Cuenca, dize que por una çédula de v. m. le mandó que suspendiese en la execuçión de la lavor de la syerra de Cuenca y que enbiase a v. m. la rrelaçión de ello, la qual es que antes que los católicos rreyes de gloriosa memoria rreynasen los vesinos de las villas de Huélamo y Beteta y Poyatos y Tragazete e las Majadas e Uña lugares de Diego Hurtado e Luys Carrillo tenían tomado e ocupado a Cuenca muy gran parte de la syerra con lavores y hedefiçios e después que sus altezas rreynaron en estos rreynos el doctor de Frías juez de comisión rrestituyó a la dicha çibdad lo que le tenían tomado y so grabes penas defendió que de ay adelante ninguno no entrase ni ocupase con lavores de pan ni haziendo en ella otros edifiçios, esta sentençia se cunplió e guardó por tienpo de treynta años, después acá porque muchos de los dichos conçejos y personas particulares bolvieron a labrar y rromper la dicha syerra fue cometido en su rreal consejo al bachiller Avilés que proçediese contra los culpados y rrestituyese a la dicha çibdad en lo que le tenían tomado, este condenó a los ocupadores y rrestituyó a la çibdad en lo suyo, deste fue apelado para el Consejo donde fueron confirmadas las sentençias y diose carta executoria della en que se mandó al liçençiado Pedro de León que fuese a executar las dichas sentençias, el qual las executó e mandó so grabes penas que no se labrase la dicha syerra y después por algunos años no se a labrado asta que las Comunidades se levantaron que entonçes se tormaron a entrar e labrar en la dicha syerra los lugares e a su aplicaçión algunos lugares de la tierra desta çibdad que de la dicha lavor se les syguiese mucho daño v. mt. y los del su muy alto Consejo mandaron dar e dieron una provisión para el corregidor de la dicha çibdad o su lugatiniente para que executase las dichas sentençias y carta executoria con la qual fue rrequerido don Luys Méndez de Sotomayor corregidor de la dicha çibdad y porque él yba en serviçio de v. mt. por procurador de cortes por la çibdad de Córdoua me cometió a mí el dicho Lope Méndez que fuese a cunplir y executar los contenido en la dicha provisión y començando a entender en ello no fue notificada la çédula de v. mt. Lópe Méndez (rúbrica)
La roturación de nuevas tierras se había activado con la época de las alteraciones, es decir, de las Comunidades:
en tienpo de las alteraçiones pasadas çiertos veçinos de los lugares de Diego Hurtado de Mendoça y Luys Carrillo començaron a labrar e labrar parte de la dicha syerra de lo qual se quexaron los lugares del sesmo de Arbeteta
La autorización para labrar las tierras de la Sierra se había materializado en tiempo de las Comunidades, a través de pregones en las plazas y los mercados, siendo corregidor Rodrigo de Cárdenas y su teniente Luis Pérez de Palencia. El concejo de 14 de agosto de 1520 oficializó la labranza de tierras, pero lo que se presenta como concordia, tal vez sería cesión de los Hurtado de Mendoza a las viejas aspiraciones de limitar esas roturaciones a las condiciones fijadas en las Ordenanzas de la ciudad o simple legalización según antigua costumbre de unas ocupaciones que iban más allá de los límites antiguos
En la muy noble e muy leal çibdad de Cuenca a catorze días del mes de agosto año de mill e quinientos e veynte años se juntaron en las casas de los ayuntamientos de la dicha çibdad estando presentes los señores el liçençiado Luys Pérez de Palençia theniente de corregidor por el señor Rrodrigo de Cárdenas corregidor de la dicha çibdad e Jorje Rruiz de Alarcón e Alvar Garçía theniente de guarda por el señor Diego Hurtado de Mendoça e Gregorio de Chinchilla rregidores de la dicha çibdad e Alonso de la Parra procurador síndico de la dicha çibdad e Juan Martínez Cantero procurador de la comunidad e los que se nonbraron jurados de las quadrillas Bartolomé Sabastián e Christoual Rremírez e Juan Serrano e Bernaldino de Salmeron e Çebrián de la Torre e Gil Martínez de Pedraza e Françisco de Alcoçer e Françisco de Vargas y en presençia de mí Diego de Valera escriuano mayor del dicho ayuntamiento.
Este día los dichos señores otorgaron una petiçión para su alteza sobre la lavor de la sierra para que se labre lo antiguo guardando maxadas e sesteros e abrebaderos e dando a esta çibdad una fanega de trigo de cada par de bueyes que labraren que se haga alhorí de la dicha çibdad haziendo rrelaçión de cómo se labrava e que a diez años que no se lavra la dicha sierra e que pues a pedimento de la dicha çibdad se vedo que agora la çibdad lo pide porque de no labrarse se an criado muchos montes y alimañas dañosas a los ganados y con los pastores se pierde de que traigan el trigo a esta çibdad a su costa e la petiçión es la siguiente
s(acra) c(athólica) m(agesta)t
El conçejo justiçia guarda rregidores caualleros escuderos comunidad de la çibdad de Cuenca en concordia dizen que la dicha çibdad tienen por su término e sierra un grand patio de sierra muy áspero y montuoso la qual aunque es diputado para pasto de los ganados de la dicha çibdad e su tierra e suelo sienpre acostunbraron labrar en ella, asy los lugares de tierra de Cuenca como otros de suelo que estan poblados junto a la dicha syerra e tienen en ella pasto común y en vida de los rreies católicos agüelos de vuestra católica magestad se trataton çiertos pleitos en los quales se dieron sentençias para que la dicha syerra no se labrase e porque la yspiriençia a mostrado que de no labrarse la dicha syerra se recresçen muchos dapnos porque dellos se cavsan carestía en la dicha çibdad e su tierra e los ganados rresçiben mucho perjuizio porque la tierra es tan montuosa que en diez años que a que no se labra an nasçido e cresçido tantas espesuras que ynpiden los pastos de los ganados la lana e crianse tantos lobos e rraposas e otras alimañas dañosas que matan los ganados y aun es causa de hazerse muchos atajos en ellos que se pierde mucha parte del ganado de manera que muchos pastores an pedido que se torne a labrar la dicha syerra e como cosa a todos provechosa, sea acordado suplicar a vuestra sacra e muy cathólica majestad pues las dichas sentençias se dieron en fauor de la dicha çibdad e a su pedimento e consentimiento le plega hazer merçed a la dicha çibdad que la dicha syerra se labre no obstantes las dichas sentençias con tanto que no puedan los que allí labraren eçeder de las lauores antiguas e que cada uno que entrare en labrar en la dicha syerra siendo veçinos de la dicha çibdad e su tierra e de los otros lugares que tienen pasto común en la dicha syerra ayan de contribuyr con cada par que labraren con una fanega de trigo puesta en la dicha çibdad a su costa para para el alhorí della y guardando que no labren majadas ni abrebaderos ni entradas porque en ello se haze mucha merçed a la dicha çibdad porque de sí es estéril e teniendo alhorí de pan será cavsa que los mantenimientos no sean tan caros como agora son e los pastores e labradores rresçibirán `provecho de lo qual se otorgó en concordia de todos esta petición en el consistorio de la dicha çibdad a catorze días del mes de agosto año de mill e quinientos e veynte años, va entre rrenglones o diz cor que ansy a de dezir vala testado o diz ge que no avía de dezir ansy e yo Alonso de Valera escriuano mayor del qº e ayuntamiento de la çibdad de Cuenca que de pedimento de Juan Alonso veçino de la villa de Poyatos e de mandamiento del señor liçençiado Juan De Rivadeneira juez pesquisidor para las cosas tocantes a la lavor de la sierra lo susodicho saqué e escreuí de los rregistros del qº según lo hallé en fee de lo qual fize aquí este myo signo a tal en testimonio de verdad
Aº de Valera, escriuano del qº (signo y rúbrica)
La concordia del ayuntamiento de 14 de agosto de 1520 fue seguida de pregones en las plazas y mercados de la ciudad de Cuenca y en sus aldeas dando libertad para labrar la tierra. Pero en octubre de 1524 se presenta en la ciudad de Cuenca el juez de residencia licenciado Oñate para conseguir copia de esos pregones, a petición del procurador de Poyatos, los escribanos del concejo y del número de la ciudad de Cuenca manifiestan que no existen entre los papeles propios o del concejo, pero Diego de Valera, que era el escribano mayor del ayuntamiento, en tiempo de las alteraciones comuneras, responde evasivamente que anda indispuesto y que de haber algo será en los papeles que ha legado a su hijo como nuevo escribano mayor del ayuntamiento de la ciudad. El caso es que el licenciado Oñate no esperó a la revisión de esos papeles y dio por finalizado su comisión que no era otra que buscar esos papeles.
Pasadas las alteraciones de 1520-1521 el corregidor de Cuenca recibió comisión para volver a la situación anterior de 1509, pero desde Fuenterrabía Diego Hurtado y Luis Carrillo conseguían paralizar durante dos meses estos intentos de devoluciones de tierras ocupadas. Pero pasados estos dos meses es el sesmo de Villanueva de Alcorón el que pide que se vuelva a la situación anterior y pide un nuevo juez de comisión que no fuera el corregidor de Cuenca al que se acusa de parcialidad con los nobles citados. En virtud de ello se hizo nueva información de los rompimientos de tierras para el año 1524. La comisión del nuevo juez, Juan de Ribadeneira, no tuvo los efectos deseados, pues los vasallos de Hurtado de Mendoza y Luis Carrillo siguieron con las ocupaciones de tierras y construcción de pajares. En el caso conocido de Beteta, señorío de Luis Carrillo, sus vasallos habían ocupado la llamada Casa del Prado. No obstante, las pesquisas del juez Ribadeneira arrojaban una información inigualable de la ocupación de tierras durante las alteraciones de las Comunidades. Ribadeneira se hacía eco de las acciones anteriores del licenciado Frías en tiempo de los Reyes Católicos y el licenciado León en época de la Reina Juana, para establecer a continuación unos castigos severos contra los roturadores: penas de 20000 maravedíes, destierros durante diez años y diez leguas de la ciudad de Cuenca y entrega del granocosechado el año 1524. Castigos que quedaron en papel mojado, pero no las relaciones de roturaciones en distintos pueblos desde el año 1522 a 1524 de distintos labradores, dotados de un par de bueyes y con explotaciones que no solían alcanzar las cinco fanegas de trigo y difícilmente las diez:
- Huélamo: más de cincuenta labradores,
- Tragacete: noventa labradores
- Beteta: sesenta y cinco labradores que habían adehesado parte del término de Fuertescusa
- Poyatos: alrededor de 75 labradores
- Uña: lugar de cien vecinos, la mitad habían roturado tierras
- Las Majadas era lugar de cien vecinos y la mitad habían roturado tierras
- Buenache de la Sierra, con cincuenta vecinos, todos fueron culpados de romper tierras
- Valdecabras, Beamud, Arcos de la Sierra, Fuertescusa, Villalba, La Cierva y Portilla eran lugares muy pequeños, pero la mayoría de sus vecinos participaban del rompimiento de tierras.
Diego Hurtado de Mendoza, señor de las villas de Tragacete, Valdemeca, Poyatos, Uña y Cañete
Beteta estaba bajo el señorío de Luis Carrillo de Albornoz
domingo, 6 de junio de 2021
LOS HURTADO DE MENDOZA: MALHECHORES FEUDALES EN EL PRIMER CUARTO DEL SIGLO XVI EN CUENCA
Diego Hurtado de Mendoza había construido en Cuenca junto a
sus casas viejas otras nuevas, unidas por un pontido o paso elevado. La
construcción fue denunciada por algunos regidores, aunque no parece que don
Diego hiciera mucho caso. Los requerimientos del Consejo Real fueron más allá,
solicitando el derribo de las nuevas casas, a entender de muchos conquenses,
casa fuerte donde se escondían malhechores, autores de crímenes al servicio de
don Diego Hurtado de Mendoza. No faltaban motivos. Apenas muerto el rey Felipe
el Hermoso, don Diego Hurtado mandó a sus sicarios para asesinar al alguacil
mayor del corregidor de Cuenca Martín Vázquez de Acuña, al que arrebató la vara
de justicia. Los asesinos se refugiaron en la casa de Diego Hurtado, donde
libres y sin cargos seguían una década de años después, comiendo de su mesa.
Era tal el poder de Diego Hurtado, que un pesquisidor, llamado licenciado
Salcedo, enviado contra él, tuvo que huir de Cuenca, dirección Huete, de donde
escapó de nuevo ante las amenazas.
No mejor suerte debió correr el pesquisidor Quirós, enviado
por el Consejo Real para derribar la casa fuerte de Diego, tenida por los
conquenses como un nido de malhechores. Aunque el odio contra los Hurtado
Mendoza venía por la acusación de apropiarse de los bienes comunales de la
ciudad, en concreto, de los pastos de la sierra. Las acusaciones iban dirigidas
contra Diego Hurtado, pero también contra su consuegro Luis Carrillo. Las
violencias nobiliarias, incluida la muerte de un pastor, expulsaban de la
sierra a sus habitantes. “La tierra de Cuenca se despuebla e se despueblan los
señoríos”, se decía por unos moradores que habían gastado dos mil ducados en
sus pleitos.
El poder de Diego Hurtado de Mendoza en la ciudad de Cuenca
era abrumador. Sus excesos y violencias, cometidas junto a su hermano Rodrigo
Manrique y su primo Diego Manrique, eran innumerables: un criado de Diego
Hurtado había dado una cuchillada al regidor Juan Álvarez de Alcalá, ante la
presencia de Rodrigo Manrique que ayudó en la fuga al agresor; el canónigo
Diego Manrique había formado liga de malhechores a sueldo para imponer el
terror en Cuenca, entre sus acciones, el acuchillamiento de dos alguaciles al
servicio del corregidor Fernando Rebolledo o de otro llamado Nieto, el asesinato
de un criado de don Alonso Pacheco, la muerte del licenciado Adulza, teniente
por el corregidor marqués de Falces. Aunque esta vez, el juez pesquisidor,
licenciado Rivadeneira, no se dejó amedrentar, no hubo quien fuera capaz de
imponer unas sentencias a los huidos en Cañete. El desobedecimiento de la
justicia real era la norma a la hora de cumplir la condena contra un criado de
Diego Manrique, asesino de un tal Ayllón. Aunque la lista de los agraviados era
interminable: un sillero fue molido a palos por no adobar bien una silla,
cuchilladas contra un maestrejaque, Gonzalo de Castro, mayordomo de la ciudad,
acuchillado por don Hurtada, hijo del guardamayor Diego. Diego Hurtado
aprovechaba su oficio de tesorero de la casa de la moneda de la ciudad para
colocar en sus oficios a sus fieles; monederos falsos que conseguían ser
francos o exentos de impuestos en los nuevos cargos. Los Hurtado de Mendoza
ejercían contra sus enemigos la guerra de propaganda. No nos ha llegado, pero
en Cuenca, por obra del canónigo Diego Manrique, se propagó cierto libelo que
injuriaba a los principales linajes de la ciudad. Sin duda, las acusaciones del
libelo irían contra las familias conversas de la ciudad.
El alcalde Cervantes había hecho frente a la familia, pero
su juicio de residencia lo llevaba desde Burgos, adonde llegaban las amenazas
de la familia Hurtado, que habían prometido cortarle la cabeza. Las amenazas no
eran vanas; la ciudad había proporcionado unos alabarderos para su custodia y
protección personal. La familia Hurtado tenía por especial enemigo al
licenciado Cervantes, que se había encontrado como aliados inesperados a Alonso
Pacheco y Luis Carrillo de Albornoz. Aparte de las repetidas cuchilladas que
habían recibido también algunos de sus criados, la causa de los odios venía por
la ocupación de los pastos comunes de la sierra de Cuenca. De allí habían sido
expulsados los hombres de Luis Carrillo de Albornoz, y otros vecinos
procedentes de realengo. El motivo no eran solo los pastos, sino la necesidad
de tierras de labranza para una población en aumento. Los actos judiciales del
alcalde Cervantes fueron respondidos por la familia Hurtado de Mendoza con la
formación de un ejército familiar propio, artillería incluida, que imponía su
ley en la ciudad. Los intentos de Cervantes de llevar los excesos caían en saco
roto: el pesquisidor Ronquillo no se atrevió a entrar en la ciudad, el
licenciado Quirós lo hizo, pero sus autos fueron derivados a la Chancillería de
Granada, donde estaban condenados a dormir en el tiempo. Estos monederos falsos
eran personas ricas, con haciendas de dos cuentos de maravedíes, que, libres de
pechos, buscaban una vía de ennoblecimiento.
La imagen de Cuenca en aquellas dos primeras décadas de
siglo XVI era la de una ciudad encastillada, con una torre y una iglesia mayor
convertidas en fortalezas en manos de los Hurtado de Mendoza y de sus hombres.
Sus opositores pedían en vano al consejo real que se mandara un alcaide, tal
como en Segovia y su Alcázar, para imponer el orden. Sin embargo, el problema
era social y su raíz estaba en la Tierra de Cuenca más que en la ciudad: se
pedía a la vuelta a la Corona real y a la jurisdicción de la ciudad de los mil
quinientos vasallos del sexmo de Altarejos y tierras anejas, en manos de
criados de los Pacheco belmonteños, la expulsión de los ganados de las tierras
ocupadas, que impedían la labranza para alimentar una población en aumento,
pero las acusaciones iban dirigidas contra la nobleza, vistos como malhechores
feudales: el marqués de Moya había ocupado una parte de los términos de la
tierra de la ciudad; Luis Carrillo, Valdecabras; el señor de Piqueras,
Chumillas; el regidor Juan de Alcalá, la dehesa de Nogerón en Valera de Suso y
tierras en el lugar de Solera; Diego Hurtado de Mendoza, el lugar de Uña,
Cañada y la dehesa del Hoyo; la orden de Santiago, además de Valtablado tenía
ocupado el término de Armiñones y Mezquitas. La lista de heredamientos
enajenados en manos de otros regidores era interminable y las acusaciones se
extendía a los canónigos de la catedral, en una sede episcopal con obispo
extranjero y no residente en la ciudad.
Las miras estaban puestas en el canónigo Diego Manrique,
azote de los caballeros y principales de la ciudad de Cuenca. Acusado por sus
enemigos de difundir un libelo contra los caballeros conquenses en una
pantomima de ceremonia: reunidas doscientas personas se leyó un libelo difamatorio,
ante escribano, para “guardar secreto” de lo allí leído. Entretanto, los fieles
de los Hurtado Mendoza, los licenciados Cuéllar, Titos y Orellana, se
encargaron de divulgar el libelo casa por casa. El escrito había sido redactado
por Martín el de la Lechera, y parece ser una respuesta a un escrito anterior
contra las grandes familias de la nobleza, de cuya autoría se acusaba al licenciado
Cervantes.
Las acusaciones contra los Hurtado de Mendoza venían de los
regidores García Hernández de Alcalá y Hernando Valdés. Eran interesadas, pero
ciertas. Si el canónigo Diego Manrique culpó a sus criados, Diego Hurtado de
Mendoza alegó razones políticas para justificar las violencias, los problemas
con el corregidor Martín de Acuña se hizo en virtud de cartas secretas del rey
Fernando, por entonces en Nápoles, y traídas por Micer Andrea. Si bien de su
declaración se dejaba traslucir la enemistad manifiesta contra el licenciado
Cervantes, que había cortado las manos a dos de sus criados. En la época de las
Comunidades, aunque él estaba ausente, acompañando al Emperador en Flandes, los
desmanes de su hermano Rodrigo Manrique, con muerte en el campo de San
Francisco e intento de asalto a la ciudad el 18 de octubre con setecientos
hombres, eran simple respuesta a los desmanes de los comuneros. Si bien Rodrigo
y Diego Manrique intentaron sosegar en un primer momento a la Comunidad que se
juró en la iglesia de Santo Domingo, los hechos se precipitaron cuando, en
agosto de 1520, ambos fueron expulsados de la ciudad junto a la madre de Diego
Hurtado, Francisca de Silva. La casa familiar fue asaltada y saqueada.
Nos es especialmente importante buscar las razones por las
que la rebelión de las Comunidad fracasó en Cuenca. Hemos aportado varias
causas, de ellas, la primera un reparto de tierras decidida por el concejo de
Cuenca. Hecho en el que se escudó el propio Diego Hurtado de Mendoza para
justificar sus ocupaciones legales y un hecho al que se intentó dotar de cierta
legalidad con la aprobación por el Consejo Real. Así nos lo narraba Diego
Hurtado:
Que en lo que dizen que se labre la syerra contra el
thenor de çiertas sentençias por los
vasallos del dicho Diego Hurtado dize que de su consentimiento y voluntad no se
prouará con verdad averse echo antes después que se dieron las sentençias e
carta executoria él les habe dado e lo vedo hasta el tienpo que estubo rrebuelta
la dicha çibdad que se pregonó que labrasen en la dicha sierra los que
quisiesen pagándole cierto tributo a la çibdad porque paresçió ser cossa muy
hútil e provechosa a ella ansy a esta causa Hernando de Valdés uno de los
rregidores que aquí están e an dado los dichos capítulos fue a Palençia a pedir
en nonbre de la dicha çibdad que se labrase la syerra e v. mt. mandó proveer de
una provisión para la justiçia que hoviese ynformaçión de la hutilidad e
prouecho dello e se truxiese al Consejo lo qual se truxo e hasta agora no se ha
visto.
Los pueblos de la sierra continuaban en 1524 intentando
legalizar ese repartimiento de tierras, quizás generalizado en todos los sexmos,
pues tenemos noticias de las peticiones de los sexmeros; lo que muestra que
había una ocupación de hecho de las tierras tomadas en el verano de 1520. Otras
medidas, ya al final del otoño, como la presencia de los comuneros de las
diversas collaciones de la ciudad en los ayuntamientos o la celebración del
mercado franco de los jueves ayudarían a explicar por qué las Comunidades en
Cuenca se apagaron. Y es que el triunfo de los labradores pobres fue total en
un primer momento frente a la nobleza: acceso a la propiedad de la tierra y defensa
de la ciudad a los sublevados en las tierras del sur para volver a la jurisdicción
real en oposición a los criados de los Pacheco y sus jurisdicciones usurpadas.
En cualquier caso, la vuelta de los Hurtado de Mendoza tras
las Comunidades no fue una vuelta a la situación anterior. Si Luis Carrillo de
Albornoz emprendía el camino de la guerra de Navarra para esconder viejos
compromisos comuneros. Los Hurtado de Mendoza toparían con el licenciado
Cervantes, dispuesto a juzgar las tropelías de la familia. Es hecho cierto que
los Hurtado de Mendoza intentaron linchar al licenciado Cervantes, juntando
gente armada con picas en su casa a cargo del comendador Rodrigo Manrique, mientras
el canónigo Diego y el racionero de la catedral Requena espiaban una noche
cerrada los movimientos del licenciado para preparar el asesinato. Los hombres
de Rodrigo Manrique intentaron dar el golpe final, pero no contaron con la
defensa de los alguaciles del licenciado Cervantes, que como ya hemos
mencionado cortaron la mano de dos criados de los Hurtado de Mendoza y le
abrieron la cabeza a otro. Rodrigo Manrique escaparía por una puerta falsa de
la casa familiar, al ser buscado por la justicia, haciendo caso omiso del
Consejo Real y sus emplazamientos para presentarse, mientras su primo el canónigo
Diego Manrique se mostraba sumiso a la justicia para responder, aunque
alargando su presencia en la Corte, donde se le habían dado quince días para
presentarse por cédula de 30 de junio de 1524. Para septiembre el pleito seguía
inconcluso y sin visos que los Hurtado de Mendoza Y Manrique respondieran ante
el Consejo Real. Por cierto, hemos de alegrarnos que Rodrigo Manrique no matará
al licenciado Cervantes, pues estamos ante el abuelo del autor de El Quijote…
quizás la historia de la literatura española hubiera cambiado.
AGS, CRC, 73