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domingo, 28 de febrero de 2021

SOBRE EL SER DE LOS LABRADORES Y DE LOS CASTELLANOS

 SOBRE EL SER DE LOS LABRADORES Y DE LOS CASTELLANOS

Voy andando, en triste caminar, por los campos del interior de España, recuperando la memoria de labradores que hollando la tierra condenaron al olvido la suya propia. España es la cruz, la espada y la azada, pero es el deseo de abandonar la última para empuñar las otras dos. El castellano y el español, el mismo ser, únicamente ambiciona la tierra y en la querencia de la suya propia desprecia la ajena o, tal vez, considera que no hay tierra más que aquella propia. El cainismo castellano es el del labrador que valora lo propio, tierras e hijos, para mirar con recelo lo que escapa de su propiedad y de su mundo, que no es otro que la tierra pisada, labrada y moldeada por su trabajo. En la mentalidad del labrador no tiene cabida el hombre desprovisto de tierra y, aun deseando ver a su hijo como soldado o cura, nunca le permitirá renunciar a la tierra. Hay dos grandes modelos europeos: el del "paysan" francés de campos abiertos y mentes cerradas, y el del "yeoman" inglés de campos tan cercados como mente tan libre. El primero, apega al hombre a la tierra y lo revuelve en revoluciones tan violentas que esconden la permanencia en el tiempo del letargo campesino; el segundo, expulsa al hombre de la tierra y lo condena a la urbe, privándole de la solidaridad de la comunidad obligándole a rehacer cualquier identidad colectiva desde la individualidad egoísta. Y hay un tercer modelo, el castellano. En Castilla no hay cercas que separen los campos, pero las lindes están impresas en las mentes de sus labradores. En Castilla no hay "Jacques" ni "jacqueries", pues ni somos capaces de construir Estados con revoluciones ni de someternos a autoridad alguna. En Castilla solo hay insatisfacción del labrador que, preso entre cerros o tierras quebradas, sueña con abrir más allá del horizonte visual nuevos surcos y, si el arado no vale, los nuevos mundos se construyen a cristazos y golpes de espada. Castilla y los castellanos son presos de esa misión imposible y eterna, que llamamos el honor, o como se diría entre los campesinos, la honra, que el honor también se mide de cintura para abajo. Es ese honor, es esa honra, de donde nace la desconfianza hacia el prójimo y el sueño imposible de redimirlo tanto como a sí mismo.

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