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domingo, 16 de mayo de 2021

Cuenca: de antiguos y modernos

 CUENCA: DE ANTIGUOS Y MODERNOS

Mientras Cuenca se cae a trozos, los viejos recuerdos de la vieja ciudad levítica perviven en multitud de imágenes. Aún en la memoria aquella ciudad vieja y destartalada de paredes desconchadas y aquellos hombres que, sin querer abandonar sus tierras serranas y alcarreñas, la habitaban, buscando en la ciudad un sueño incumplido. Fueron ellos quienes dieron vida y mantuvieron con sus apaños diarios viejas estructuras seculares.
En aquella Cuenca de los años setenta, la vanguardia "snob" no era sino la pincelada parasitaria del trabajo ajeno, superpuesta a una realidad cotidiana que se alimentaba de sus rutinas y esfuerzo. Era la ciudad histórica un recorrido de calles empedradas de guijarros y zapatos rotos por sus tropiezos, de casonas abandonadas, donde, caso de los Clemente Arostegui, se podía jugar al futbol en sus salones, de lóbregas tiendas de ultramarinos de barrio y de iglesias abiertas, no tanto al culto como a perderse por sus recovecos, en las que el mensaje de la catequesis no se lo creían ni el cura ni los discípulos, que preferían compartir las patadas a la pelota, antes que el mensaje bíblico.
Era esta Cuenca paleta, despreciadora del Fernando Zobel, que andaba aburrido por los "paules", la que asistía temerosa a su Semana Santa cada primavera, temiendo más que a sus imágenes al desfile tétrico de sus autoridades. Y es esa Cuenca triste y acogedora, sombría y familiar, inmóvil y llena de vida pueblerina, la que dejé y no volví a reconocer nunca más. Una nueva Cuenca nació en el tránsito de las décadas de los ochenta a los noventa: era una ciudad de sus calles adoquinadas y planas, de sus fachadas coloridas, nacidas de la Italia del "martini", y de unos cauces de los ríos ocultados en el cemento, en los que queríamos ver pistas de atletismo. Cuenca se hizo a imagen y semejanza de una nueva élite ilustrada y "pija" que odiaba el trabajo y despreciaba a sus pobladores de rostro agrietado y quemado. Las tiendas de "souvenirs" desplazaron a las de ultramarinos y la postal de colores a la existencia grisácea de antaño, pero con calles repletas de gritos y murmullos. Desde entonces, Cuenca es una apuesta de cuatro, que la toman como excusa para sus fantasías nacidas del "güisqui" de medianoche. Da igual que la quebranten con nuevos edificios de hormigón y cemento o con ensoñaciones toledanas de las tres culturas; unos y otros abren las grietas que provocan su hundimiento.




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