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domingo, 6 de junio de 2021

LOS HURTADO DE MENDOZA: MALHECHORES FEUDALES EN EL PRIMER CUARTO DEL SIGLO XVI EN CUENCA

 

Diego Hurtado de Mendoza había construido en Cuenca junto a sus casas viejas otras nuevas, unidas por un pontido o paso elevado. La construcción fue denunciada por algunos regidores, aunque no parece que don Diego hiciera mucho caso. Los requerimientos del Consejo Real fueron más allá, solicitando el derribo de las nuevas casas, a entender de muchos conquenses, casa fuerte donde se escondían malhechores, autores de crímenes al servicio de don Diego Hurtado de Mendoza. No faltaban motivos. Apenas muerto el rey Felipe el Hermoso, don Diego Hurtado mandó a sus sicarios para asesinar al alguacil mayor del corregidor de Cuenca Martín Vázquez de Acuña, al que arrebató la vara de justicia. Los asesinos se refugiaron en la casa de Diego Hurtado, donde libres y sin cargos seguían una década de años después, comiendo de su mesa. Era tal el poder de Diego Hurtado, que un pesquisidor, llamado licenciado Salcedo, enviado contra él, tuvo que huir de Cuenca, dirección Huete, de donde escapó de nuevo ante las amenazas.

No mejor suerte debió correr el pesquisidor Quirós, enviado por el Consejo Real para derribar la casa fuerte de Diego, tenida por los conquenses como un nido de malhechores. Aunque el odio contra los Hurtado Mendoza venía por la acusación de apropiarse de los bienes comunales de la ciudad, en concreto, de los pastos de la sierra. Las acusaciones iban dirigidas contra Diego Hurtado, pero también contra su consuegro Luis Carrillo. Las violencias nobiliarias, incluida la muerte de un pastor, expulsaban de la sierra a sus habitantes. “La tierra de Cuenca se despuebla e se despueblan los señoríos”, se decía por unos moradores que habían gastado dos mil ducados en sus pleitos.

El poder de Diego Hurtado de Mendoza en la ciudad de Cuenca era abrumador. Sus excesos y violencias, cometidas junto a su hermano Rodrigo Manrique y su primo Diego Manrique, eran innumerables: un criado de Diego Hurtado había dado una cuchillada al regidor Juan Álvarez de Alcalá, ante la presencia de Rodrigo Manrique que ayudó en la fuga al agresor; el canónigo Diego Manrique había formado liga de malhechores a sueldo para imponer el terror en Cuenca, entre sus acciones, el acuchillamiento de dos alguaciles al servicio del corregidor Fernando Rebolledo o de otro llamado Nieto, el asesinato de un criado de don Alonso Pacheco, la muerte del licenciado Adulza, teniente por el corregidor marqués de Falces. Aunque esta vez, el juez pesquisidor, licenciado Rivadeneira, no se dejó amedrentar, no hubo quien fuera capaz de imponer unas sentencias a los huidos en Cañete. El desobedecimiento de la justicia real era la norma a la hora de cumplir la condena contra un criado de Diego Manrique, asesino de un tal Ayllón. Aunque la lista de los agraviados era interminable: un sillero fue molido a palos por no adobar bien una silla, cuchilladas contra un maestrejaque, Gonzalo de Castro, mayordomo de la ciudad, acuchillado por don Hurtada, hijo del guardamayor Diego. Diego Hurtado aprovechaba su oficio de tesorero de la casa de la moneda de la ciudad para colocar en sus oficios a sus fieles; monederos falsos que conseguían ser francos o exentos de impuestos en los nuevos cargos. Los Hurtado de Mendoza ejercían contra sus enemigos la guerra de propaganda. No nos ha llegado, pero en Cuenca, por obra del canónigo Diego Manrique, se propagó cierto libelo que injuriaba a los principales linajes de la ciudad. Sin duda, las acusaciones del libelo irían contra las familias conversas de la ciudad.

El alcalde Cervantes había hecho frente a la familia, pero su juicio de residencia lo llevaba desde Burgos, adonde llegaban las amenazas de la familia Hurtado, que habían prometido cortarle la cabeza. Las amenazas no eran vanas; la ciudad había proporcionado unos alabarderos para su custodia y protección personal. La familia Hurtado tenía por especial enemigo al licenciado Cervantes, que se había encontrado como aliados inesperados a Alonso Pacheco y Luis Carrillo de Albornoz. Aparte de las repetidas cuchilladas que habían recibido también algunos de sus criados, la causa de los odios venía por la ocupación de los pastos comunes de la sierra de Cuenca. De allí habían sido expulsados los hombres de Luis Carrillo de Albornoz, y otros vecinos procedentes de realengo. El motivo no eran solo los pastos, sino la necesidad de tierras de labranza para una población en aumento. Los actos judiciales del alcalde Cervantes fueron respondidos por la familia Hurtado de Mendoza con la formación de un ejército familiar propio, artillería incluida, que imponía su ley en la ciudad. Los intentos de Cervantes de llevar los excesos caían en saco roto: el pesquisidor Ronquillo no se atrevió a entrar en la ciudad, el licenciado Quirós lo hizo, pero sus autos fueron derivados a la Chancillería de Granada, donde estaban condenados a dormir en el tiempo. Estos monederos falsos eran personas ricas, con haciendas de dos cuentos de maravedíes, que, libres de pechos, buscaban una vía de ennoblecimiento.

La imagen de Cuenca en aquellas dos primeras décadas de siglo XVI era la de una ciudad encastillada, con una torre y una iglesia mayor convertidas en fortalezas en manos de los Hurtado de Mendoza y de sus hombres. Sus opositores pedían en vano al consejo real que se mandara un alcaide, tal como en Segovia y su Alcázar, para imponer el orden. Sin embargo, el problema era social y su raíz estaba en la Tierra de Cuenca más que en la ciudad: se pedía a la vuelta a la Corona real y a la jurisdicción de la ciudad de los mil quinientos vasallos del sexmo de Altarejos y tierras anejas, en manos de criados de los Pacheco belmonteños, la expulsión de los ganados de las tierras ocupadas, que impedían la labranza para alimentar una población en aumento, pero las acusaciones iban dirigidas contra la nobleza, vistos como malhechores feudales: el marqués de Moya había ocupado una parte de los términos de la tierra de la ciudad; Luis Carrillo, Valdecabras; el señor de Piqueras, Chumillas; el regidor Juan de Alcalá, la dehesa de Nogerón en Valera de Suso y tierras en el lugar de Solera; Diego Hurtado de Mendoza, el lugar de Uña, Cañada y la dehesa del Hoyo; la orden de Santiago, además de Valtablado tenía ocupado el término de Armiñones y Mezquitas. La lista de heredamientos enajenados en manos de otros regidores era interminable y las acusaciones se extendía a los canónigos de la catedral, en una sede episcopal con obispo extranjero y no residente en la ciudad.

Las miras estaban puestas en el canónigo Diego Manrique, azote de los caballeros y principales de la ciudad de Cuenca. Acusado por sus enemigos de difundir un libelo contra los caballeros conquenses en una pantomima de ceremonia: reunidas doscientas personas se leyó un libelo difamatorio, ante escribano, para “guardar secreto” de lo allí leído. Entretanto, los fieles de los Hurtado Mendoza, los licenciados Cuéllar, Titos y Orellana, se encargaron de divulgar el libelo casa por casa. El escrito había sido redactado por Martín el de la Lechera, y parece ser una respuesta a un escrito anterior contra las grandes familias de la nobleza, de cuya autoría se acusaba al licenciado Cervantes.

Las acusaciones contra los Hurtado de Mendoza venían de los regidores García Hernández de Alcalá y Hernando Valdés. Eran interesadas, pero ciertas. Si el canónigo Diego Manrique culpó a sus criados, Diego Hurtado de Mendoza alegó razones políticas para justificar las violencias, los problemas con el corregidor Martín de Acuña se hizo en virtud de cartas secretas del rey Fernando, por entonces en Nápoles, y traídas por Micer Andrea. Si bien de su declaración se dejaba traslucir la enemistad manifiesta contra el licenciado Cervantes, que había cortado las manos a dos de sus criados. En la época de las Comunidades, aunque él estaba ausente, acompañando al Emperador en Flandes, los desmanes de su hermano Rodrigo Manrique, con muerte en el campo de San Francisco e intento de asalto a la ciudad el 18 de octubre con setecientos hombres, eran simple respuesta a los desmanes de los comuneros. Si bien Rodrigo y Diego Manrique intentaron sosegar en un primer momento a la Comunidad que se juró en la iglesia de Santo Domingo, los hechos se precipitaron cuando, en agosto de 1520, ambos fueron expulsados de la ciudad junto a la madre de Diego Hurtado, Francisca de Silva. La casa familiar fue asaltada y saqueada.

Nos es especialmente importante buscar las razones por las que la rebelión de las Comunidad fracasó en Cuenca. Hemos aportado varias causas, de ellas, la primera un reparto de tierras decidida por el concejo de Cuenca. Hecho en el que se escudó el propio Diego Hurtado de Mendoza para justificar sus ocupaciones legales y un hecho al que se intentó dotar de cierta legalidad con la aprobación por el Consejo Real. Así nos lo narraba Diego Hurtado:

Que en lo que dizen que se labre la syerra contra el thenor  de çiertas sentençias por los vasallos del dicho Diego Hurtado dize que de su consentimiento y voluntad no se prouará con verdad averse echo antes después que se dieron las sentençias e carta executoria él les habe dado e lo vedo hasta el tienpo que estubo rrebuelta la dicha çibdad que se pregonó que labrasen en la dicha sierra los que quisiesen pagándole cierto tributo a la çibdad porque paresçió ser cossa muy hútil e provechosa a ella ansy a esta causa Hernando de Valdés uno de los rregidores que aquí están e an dado los dichos capítulos fue a Palençia a pedir en nonbre de la dicha çibdad que se labrase la syerra e v. mt. mandó proveer de una provisión para la justiçia que hoviese ynformaçión de la hutilidad e prouecho dello e se truxiese al Consejo lo qual se truxo e hasta agora no se ha visto.

 

Los pueblos de la sierra continuaban en 1524 intentando legalizar ese repartimiento de tierras, quizás generalizado en todos los sexmos, pues tenemos noticias de las peticiones de los sexmeros; lo que muestra que había una ocupación de hecho de las tierras tomadas en el verano de 1520. Otras medidas, ya al final del otoño, como la presencia de los comuneros de las diversas collaciones de la ciudad en los ayuntamientos o la celebración del mercado franco de los jueves ayudarían a explicar por qué las Comunidades en Cuenca se apagaron. Y es que el triunfo de los labradores pobres fue total en un primer momento frente a la nobleza: acceso a la propiedad de la tierra y defensa de la ciudad a los sublevados en las tierras del sur para volver a la jurisdicción real en oposición a los criados de los Pacheco y sus jurisdicciones usurpadas.

En cualquier caso, la vuelta de los Hurtado de Mendoza tras las Comunidades no fue una vuelta a la situación anterior. Si Luis Carrillo de Albornoz emprendía el camino de la guerra de Navarra para esconder viejos compromisos comuneros. Los Hurtado de Mendoza toparían con el licenciado Cervantes, dispuesto a juzgar las tropelías de la familia. Es hecho cierto que los Hurtado de Mendoza intentaron linchar al licenciado Cervantes, juntando gente armada con picas en su casa a cargo del comendador Rodrigo Manrique, mientras el canónigo Diego y el racionero de la catedral Requena espiaban una noche cerrada los movimientos del licenciado para preparar el asesinato. Los hombres de Rodrigo Manrique intentaron dar el golpe final, pero no contaron con la defensa de los alguaciles del licenciado Cervantes, que como ya hemos mencionado cortaron la mano de dos criados de los Hurtado de Mendoza y le abrieron la cabeza a otro. Rodrigo Manrique escaparía por una puerta falsa de la casa familiar, al ser buscado por la justicia, haciendo caso omiso del Consejo Real y sus emplazamientos para presentarse, mientras su primo el canónigo Diego Manrique se mostraba sumiso a la justicia para responder, aunque alargando su presencia en la Corte, donde se le habían dado quince días para presentarse por cédula de 30 de junio de 1524. Para septiembre el pleito seguía inconcluso y sin visos que los Hurtado de Mendoza Y Manrique respondieran ante el Consejo Real. Por cierto, hemos de alegrarnos que Rodrigo Manrique no matará al licenciado Cervantes, pues estamos ante el abuelo del autor de El Quijote… quizás la historia de la literatura española hubiera cambiado.


AGS, CRC, 73

martes, 18 de mayo de 2021

Olmedilla de Éliz

 Hay pueblos y hay pueblos en la Alcarria conquense. Hay pueblos que tuvieron antaño la desgracia de caer en señorío y hoy, porque hay quien se acuerda de los señores, traen con los títulos los territorios y lugares. Hay pueblos que acompañan la carretera de Guadalajara y otros que acompañan al Guadiela o al Tajo si hay fortuna de villa romana desterrada o casa rural advenediza mantienen renqueante la vida. Y están los otros pueblos, en hondonada, en la proximidad de un riachuelo, escondidos entre las cuestas que suben a las parameras; por haberlos, los hay que no tienen arroyo que los acompañe, pero han sabido acogerse a las aguas dulces de sus fuentes para envidia de las aguas salobres de sus vecinos, tierras de yeso cristalizado. Uno de esos pueblos es Olmedilla de Éliz; cómo no, está despoblado o casi. Tampoco es ninguna desgracia, pues no es la primera vez; ya nos avisa el historiador, es decir, José María Sánchez Benito, el único que merece llamarse con ese nombre en Cuenca, que hace seiscientos años estaba despoblada, o eso dicen los censos, que no son tales, pues allá por mediados del siglo XV, un Carrillo andaba comprando tierras. Al hombre se le había hecho grande la Mancha y los Ruiz de Alarcón y aún más, parece, el negocio de los molinos, aunque lo más probable es que fuera su suegra, una Torquemada, la que lo trajera atado a estas tierras.

Aunque meter a los “carrillos” en Olmedilla es soñar. Tierra había y ganas de cultivarla también; por eso, sus pobladores fueron mucho más prosaicos. Uno de ellos debió ser un arrancacepero: como tierra había y faltaba solo la mujer para formar familia, pues se raptó en Cañaveras y el pueblo abandonado se mutó en nueva entidad de población. No es que Olmedilla no existiera de antes, es que la Iglesia dejó de meter sus narices y desaparecieron esos registros documentales del archivo catedralicio del siglo XIII, para permanecer únicamente lo que es rutina parsimoniosa en esta tierra: el cura de sotana. Y nada más, pues el maestro llegó más tarde para malvivir. En su existencia anodina el pueblo se mantuvo durante siglos; Olmedilla de Éliz crecía y sus habitantes también, es un decir, pues su número apenas pasó de doscientos, y la verdad es que cada uno de sus hombres y mujeres menguó con el único horizonte de sobrepasar el metro y medio. La pequeñez de sus hombres y mujeres es una maldición de la Alcarria. Quizás por adaptación a un medio reducido y horizontes limitados, quizás por acompasar la pequeña propiedad que se posee o simplemente porque la inteligencia es más preclara en las circunvoluciones y materia gris de un cerebro pequeño. Es más, en estas tierras, la cabeza grande va asociada a la imbecilidad, como el cuerpo grande a la bonhomía. Esta raza de seres liliputienses sabe que el menguar es la mejor garantía de llegar a los noventa, y aun a los cien, pues siempre falta edad para transmitir el saber a los hijos. Es la obsesión de las madres de estos pueblos alcarreños, que los hijos estudien, sin saber bien el qué y el para qué…, tal vez para reírnos en nuestro interior de aquellos que el mundo se les queda pequeño. ¿Y qué es el mundo, sino una casa hogareña, una familia, los otros parientes que ya son “tíos” y una tierra, bien de cereal bien de viñas u olivos, que acompaña… eso sí, mi tierra, en medio de un paisaje azoriniano donde las nubes pasan repetidamente?
Se hunden las ciudades. Los pequeños pueblos permanecen, huérfanos o habitados, son como el español, caínes sempiternos.

domingo, 16 de mayo de 2021

Cuenca: de antiguos y modernos

 CUENCA: DE ANTIGUOS Y MODERNOS

Mientras Cuenca se cae a trozos, los viejos recuerdos de la vieja ciudad levítica perviven en multitud de imágenes. Aún en la memoria aquella ciudad vieja y destartalada de paredes desconchadas y aquellos hombres que, sin querer abandonar sus tierras serranas y alcarreñas, la habitaban, buscando en la ciudad un sueño incumplido. Fueron ellos quienes dieron vida y mantuvieron con sus apaños diarios viejas estructuras seculares.
En aquella Cuenca de los años setenta, la vanguardia "snob" no era sino la pincelada parasitaria del trabajo ajeno, superpuesta a una realidad cotidiana que se alimentaba de sus rutinas y esfuerzo. Era la ciudad histórica un recorrido de calles empedradas de guijarros y zapatos rotos por sus tropiezos, de casonas abandonadas, donde, caso de los Clemente Arostegui, se podía jugar al futbol en sus salones, de lóbregas tiendas de ultramarinos de barrio y de iglesias abiertas, no tanto al culto como a perderse por sus recovecos, en las que el mensaje de la catequesis no se lo creían ni el cura ni los discípulos, que preferían compartir las patadas a la pelota, antes que el mensaje bíblico.
Era esta Cuenca paleta, despreciadora del Fernando Zobel, que andaba aburrido por los "paules", la que asistía temerosa a su Semana Santa cada primavera, temiendo más que a sus imágenes al desfile tétrico de sus autoridades. Y es esa Cuenca triste y acogedora, sombría y familiar, inmóvil y llena de vida pueblerina, la que dejé y no volví a reconocer nunca más. Una nueva Cuenca nació en el tránsito de las décadas de los ochenta a los noventa: era una ciudad de sus calles adoquinadas y planas, de sus fachadas coloridas, nacidas de la Italia del "martini", y de unos cauces de los ríos ocultados en el cemento, en los que queríamos ver pistas de atletismo. Cuenca se hizo a imagen y semejanza de una nueva élite ilustrada y "pija" que odiaba el trabajo y despreciaba a sus pobladores de rostro agrietado y quemado. Las tiendas de "souvenirs" desplazaron a las de ultramarinos y la postal de colores a la existencia grisácea de antaño, pero con calles repletas de gritos y murmullos. Desde entonces, Cuenca es una apuesta de cuatro, que la toman como excusa para sus fantasías nacidas del "güisqui" de medianoche. Da igual que la quebranten con nuevos edificios de hormigón y cemento o con ensoñaciones toledanas de las tres culturas; unos y otros abren las grietas que provocan su hundimiento.




domingo, 9 de mayo de 2021

Repensar las Comunidades de Castilla en Cuenca y su Tierra

 Cuenca como la primera ciudad que traicionó las Comunidades, Cuenca como la primera ciudad perdonada un 23 de marzo de 1521 por los gobernadores del Reino. Cuenca, presa de la lucha de bandos nobiliarios entre Hurtado de Mendoza y Carrillo Albornoz. Cuenca siempre quieta, menospreciadora de cualquier movimiento comunero insurgente, condenando a la mera leyenda los actos violentos.

Pero esos actos violentos de saqueo de casas y propiedades existieron, como las amenazas a la vida de regidores y miembros de la nobleza que huyeron de la ciudad en la segunda quincena de agosto. Todo se fía a las actas municipales del archivo de Cuenca para saber la verdad; relatos como el de M. Diago lo fían todo a la literalidad de sus palabras, obviando lo que convenía ocultar en esas actas o desechando las investigaciones de otros autores que en los años setenta quisieron ver el carácter social del movimiento por no ajustarse a esas actas pero sin decir en qué.
El caso es que se desprecia la documentación de Simancas y lo peor de todo el carácter general de un movimiento en el que confluían intereses encontrados de agricultores, ganaderos y pañeros. En el centro del enigma la figura de Luis Carrillo de Albornoz, capitán general de las Comunidades en Cuenca, aun después de ellas, y su confrontación con Rodrigo Manrique, defensor de la causa realista, junto a su hermano Diego Hurtado de Mendoza, presente en Bruselas junto al Emperador. Se resalta el hecho de los Manrique intentando asaltar Cuenca el día de San Lucas de 1520, obviando que un mes después otro exiliado, el regidor Jorge Ruiz de Alarcón, señor de Buenache, derrota a la comuneros de Moya.
Se dirá que mientras y antes las autoridades de Cuenca estaban apoyando e instigando los movimientos antiseñoriales en el sur de su tierra: valgan los ejemplos de Olmeda, Valera, Albaladejo del Cuende o Altarejos, al menos los conocidos. Mientras, el norte de la tierra de Cuenca, donde tienen sus principales intereses los señores de la ciudad, están en paz. Pero se obvia que esa paz es comprada por un repartimiento de tierras en la sierra de Cuenca, señorío de los Albornoz, desde agosto de 1520 ; como se obvia que desde ese verano también se concede, sin licencia regia, una de las principales pretensiones comunera: el mercado franco de los jueves. Fue una de las cosas que se recordó en el perdón de 23 de marzo de 1521, junto al recordatorio de asesinatos, derribo de casas o robos de haciendas o el gobierno ¿integrado? de once jurados comuneros, que casa mal con la quietud que se nos quiere presentar de la ciudad levítica.
Es necesario revisar la figura de Luis Carrillo de Albornoz, que desde comienzos de agosto de 1520 está presente en las actas municipales insistentemente frente a la ausencia del comendador Rodrigo Manrique, su habilidad para evitar un movimiento insurreccional en sus tierras de señorío con el reparto de tierras que apaciguó a labradores sin tierra (casualidades de la vida en Beteta y sus pueblos vecinos, tal Cañete, de los Hurtado de Mendoza) para enojar a los intereses ganaderos y quizás también su papel, en este incongruente juego, para prender la mecha comunera en los pueblos del sur de la tierra de Cuenca. Claro que eso no dependía tanto de él como de la situación prerrevolucionaria que se vivía en las tierras adyacentes del marquesado de Villena o de Moya... y del campo de los historiadores depende salir del reducto levítico para ensuciarse del barro de la tierra de provincia, pues las sociedades, son antes que nada de agricultores y pastores.
Evidentemente, para entender todo este entramado, hay que acudir a Simancas, allí, en el Consejo Real, encontraremos las disputas banderizas de los años posteriores a 1521, y la continuación de un conflicto vivo que persistió en lo que ya se llamaba no repartimiento sino usurpación de tierras. En estos documentos encontraremos no el lenguaje oficial de las actas, sino el del sentir de los olvidados. Claro que lo fácil es presentarlos como una pandilla de forofos al grito de "Carrillo Albornoz" por las calles de Cuenca, calentando el ambiente en los años previos.
Valga solo un testimonio que nos tendría que hacer pensar:
"Yten, la çibdad tiene sentençias et cartas executorias para que la syerra sea pasto común e sin embargo de aquello el dicho Diego Hurtado e Luys Carrillo su consuegro e otras personas tienen ocupadas las dichas sierras. E aún sobre esto, los vasallos de Diego Hurtado mataron un pastor. E a esta cabsa la tierra de Cuenca se despuebla e se pueblan los señoríos"





domingo, 28 de febrero de 2021

SOBRE EL SER DE LOS LABRADORES Y DE LOS CASTELLANOS

 SOBRE EL SER DE LOS LABRADORES Y DE LOS CASTELLANOS

Voy andando, en triste caminar, por los campos del interior de España, recuperando la memoria de labradores que hollando la tierra condenaron al olvido la suya propia. España es la cruz, la espada y la azada, pero es el deseo de abandonar la última para empuñar las otras dos. El castellano y el español, el mismo ser, únicamente ambiciona la tierra y en la querencia de la suya propia desprecia la ajena o, tal vez, considera que no hay tierra más que aquella propia. El cainismo castellano es el del labrador que valora lo propio, tierras e hijos, para mirar con recelo lo que escapa de su propiedad y de su mundo, que no es otro que la tierra pisada, labrada y moldeada por su trabajo. En la mentalidad del labrador no tiene cabida el hombre desprovisto de tierra y, aun deseando ver a su hijo como soldado o cura, nunca le permitirá renunciar a la tierra. Hay dos grandes modelos europeos: el del "paysan" francés de campos abiertos y mentes cerradas, y el del "yeoman" inglés de campos tan cercados como mente tan libre. El primero, apega al hombre a la tierra y lo revuelve en revoluciones tan violentas que esconden la permanencia en el tiempo del letargo campesino; el segundo, expulsa al hombre de la tierra y lo condena a la urbe, privándole de la solidaridad de la comunidad obligándole a rehacer cualquier identidad colectiva desde la individualidad egoísta. Y hay un tercer modelo, el castellano. En Castilla no hay cercas que separen los campos, pero las lindes están impresas en las mentes de sus labradores. En Castilla no hay "Jacques" ni "jacqueries", pues ni somos capaces de construir Estados con revoluciones ni de someternos a autoridad alguna. En Castilla solo hay insatisfacción del labrador que, preso entre cerros o tierras quebradas, sueña con abrir más allá del horizonte visual nuevos surcos y, si el arado no vale, los nuevos mundos se construyen a cristazos y golpes de espada. Castilla y los castellanos son presos de esa misión imposible y eterna, que llamamos el honor, o como se diría entre los campesinos, la honra, que el honor también se mide de cintura para abajo. Es ese honor, es esa honra, de donde nace la desconfianza hacia el prójimo y el sueño imposible de redimirlo tanto como a sí mismo.

domingo, 14 de febrero de 2021

Casas concejo de Cuenca 1464

 LAS CASAS DEL CONCEJO DE CUENCA (1464)

Protesta de Inés Manrique, mujer de Juan Hurtado de Mendoza (1464)
“el dicho señor Juan Furtado de Mendoça auía e tenía e posseya por suyas e como suyas unas casas que disen e nonbran las casas de conçejo que son juntas con casas en que su merçed al presente mora que son en el Alcaçar de la dicha çibdad a ojo de la plaça que dicen de la Picota, las quales dichas casas el dicho señor Juan Furtado auía e ouo conprado de Juan de Alcalá vesino e vos e voto de la dicha çibdad e agora Juan Viscayno vº de la dicha çibdad que presente estaua con copia de gente ha derribado e derriba las dichas casas no sabían por qué ni por qué causa ni por cuyo mandado lo quel ello se fasía en agrauio e perjuysio e lesión del dicho señor Juan Furtado”
Contestación de Juan Vizcaíno, cantero
“e sy con gente el fasía derribar çiertas paredes de las que dise casas aquellas eran como dicho tenía del dicho señor rrey e las él derribaua por mandado de su altesa e de su juez pesquisidor”
Mandamiento del juez pesquisidor
“Yo el bachiller Juan Velasques de Vallejo pesquisidor en la çibdad de Cuenca por el rrey nuestro señormando a vos Juan Canter viscayno vº de la dicha çibdad obrero de las obras del rrey que luego derribedes e acabedes de derribar la torre abaça (¿) e las paredes fuertes que están çerca della e son de las casas del conçejo de la dicha çibdad, asimismo la torre del portillo de conçejo viejo en manera que vaya la calle derecha por donde va la dicha torre”

Respuestas de Fernando Bazo, criado y procurador de Inés Manrique y Juan Hurtado de Mendoza, guarda mayor de Cuenca, y Juan Vizcaíno, vecino, en el pleito que mantenían por el derribo de unas casas en Alcázar, "a ojo de la plaza que dicen de la Picota". Cuenca, 1464, abril, 26, jueves Archive: ACC, I, caja 41, nº 4 Facs. monasterium.net: http://monasterium.net/mom/ES-ACC/documentos/ACC_247/ charter


sábado, 13 de febrero de 2021

CAPILLA DE SAN ANDRÉS O DE LOS CABRERA EN CATEDRAL DE CUENCA

 


ASIENTO Y CONCORDIA ENTRE EL DEÁN Y CABILDO DE LA CATEDRAL DE CUENCA CON EL MARQUÉS DE MOYA SOBRE LA CAPILLA QUE SE EDIFICA EN EL TRASCORO NUEVO (24 ABRIL DE 1489)

 

Por quanto los rreverendos señores dean e cabido de la iglesia de Cuenca con deliberaçión e acuerdo que entre sí ouieron e con actoridad e liçençia del señor obispo señalaron un lugar e sitio en la dicha iglesia en el trascoro que agora se hedifica detrás del altar mayor e a las espaldas dél en el qual dicho sitio yo don Andrés de Cabrera marqués de Moya señor de los lugares e tierras de los seysmos de Valdemoro e Casarruuios mandase hedificar e hedificase una capilla so la advocaçión del bienaventurado apóstol señor Sant Andrés a mi costa en la qual capilla y e la marquesa e nuestros deçedientes puedan ser trasladados los huesos de mis padres que santa gloria ayan e de mis hermanos e hermanas ya defuntos en la qual se puedan sepultar todos mis hermanos que oy biven e sus deçedientes los que yo quisiere e segund que yo lo ordenare e de otras qualesquier personas que yo quisiere… podamos mandar fazer y fagamos los bultos e finestras con los escudos de nuestras armas

 ACC, I, caja 45, nº 15