Diego Hurtado de Mendoza había construido en Cuenca junto a
sus casas viejas otras nuevas, unidas por un pontido o paso elevado. La
construcción fue denunciada por algunos regidores, aunque no parece que don
Diego hiciera mucho caso. Los requerimientos del Consejo Real fueron más allá,
solicitando el derribo de las nuevas casas, a entender de muchos conquenses,
casa fuerte donde se escondían malhechores, autores de crímenes al servicio de
don Diego Hurtado de Mendoza. No faltaban motivos. Apenas muerto el rey Felipe
el Hermoso, don Diego Hurtado mandó a sus sicarios para asesinar al alguacil
mayor del corregidor de Cuenca Martín Vázquez de Acuña, al que arrebató la vara
de justicia. Los asesinos se refugiaron en la casa de Diego Hurtado, donde
libres y sin cargos seguían una década de años después, comiendo de su mesa.
Era tal el poder de Diego Hurtado, que un pesquisidor, llamado licenciado
Salcedo, enviado contra él, tuvo que huir de Cuenca, dirección Huete, de donde
escapó de nuevo ante las amenazas.
No mejor suerte debió correr el pesquisidor Quirós, enviado
por el Consejo Real para derribar la casa fuerte de Diego, tenida por los
conquenses como un nido de malhechores. Aunque el odio contra los Hurtado
Mendoza venía por la acusación de apropiarse de los bienes comunales de la
ciudad, en concreto, de los pastos de la sierra. Las acusaciones iban dirigidas
contra Diego Hurtado, pero también contra su consuegro Luis Carrillo. Las
violencias nobiliarias, incluida la muerte de un pastor, expulsaban de la
sierra a sus habitantes. “La tierra de Cuenca se despuebla e se despueblan los
señoríos”, se decía por unos moradores que habían gastado dos mil ducados en
sus pleitos.
El poder de Diego Hurtado de Mendoza en la ciudad de Cuenca
era abrumador. Sus excesos y violencias, cometidas junto a su hermano Rodrigo
Manrique y su primo Diego Manrique, eran innumerables: un criado de Diego
Hurtado había dado una cuchillada al regidor Juan Álvarez de Alcalá, ante la
presencia de Rodrigo Manrique que ayudó en la fuga al agresor; el canónigo
Diego Manrique había formado liga de malhechores a sueldo para imponer el
terror en Cuenca, entre sus acciones, el acuchillamiento de dos alguaciles al
servicio del corregidor Fernando Rebolledo o de otro llamado Nieto, el asesinato
de un criado de don Alonso Pacheco, la muerte del licenciado Adulza, teniente
por el corregidor marqués de Falces. Aunque esta vez, el juez pesquisidor,
licenciado Rivadeneira, no se dejó amedrentar, no hubo quien fuera capaz de
imponer unas sentencias a los huidos en Cañete. El desobedecimiento de la
justicia real era la norma a la hora de cumplir la condena contra un criado de
Diego Manrique, asesino de un tal Ayllón. Aunque la lista de los agraviados era
interminable: un sillero fue molido a palos por no adobar bien una silla,
cuchilladas contra un maestrejaque, Gonzalo de Castro, mayordomo de la ciudad,
acuchillado por don Hurtada, hijo del guardamayor Diego. Diego Hurtado
aprovechaba su oficio de tesorero de la casa de la moneda de la ciudad para
colocar en sus oficios a sus fieles; monederos falsos que conseguían ser
francos o exentos de impuestos en los nuevos cargos. Los Hurtado de Mendoza
ejercían contra sus enemigos la guerra de propaganda. No nos ha llegado, pero
en Cuenca, por obra del canónigo Diego Manrique, se propagó cierto libelo que
injuriaba a los principales linajes de la ciudad. Sin duda, las acusaciones del
libelo irían contra las familias conversas de la ciudad.
El alcalde Cervantes había hecho frente a la familia, pero
su juicio de residencia lo llevaba desde Burgos, adonde llegaban las amenazas
de la familia Hurtado, que habían prometido cortarle la cabeza. Las amenazas no
eran vanas; la ciudad había proporcionado unos alabarderos para su custodia y
protección personal. La familia Hurtado tenía por especial enemigo al
licenciado Cervantes, que se había encontrado como aliados inesperados a Alonso
Pacheco y Luis Carrillo de Albornoz. Aparte de las repetidas cuchilladas que
habían recibido también algunos de sus criados, la causa de los odios venía por
la ocupación de los pastos comunes de la sierra de Cuenca. De allí habían sido
expulsados los hombres de Luis Carrillo de Albornoz, y otros vecinos
procedentes de realengo. El motivo no eran solo los pastos, sino la necesidad
de tierras de labranza para una población en aumento. Los actos judiciales del
alcalde Cervantes fueron respondidos por la familia Hurtado de Mendoza con la
formación de un ejército familiar propio, artillería incluida, que imponía su
ley en la ciudad. Los intentos de Cervantes de llevar los excesos caían en saco
roto: el pesquisidor Ronquillo no se atrevió a entrar en la ciudad, el
licenciado Quirós lo hizo, pero sus autos fueron derivados a la Chancillería de
Granada, donde estaban condenados a dormir en el tiempo. Estos monederos falsos
eran personas ricas, con haciendas de dos cuentos de maravedíes, que, libres de
pechos, buscaban una vía de ennoblecimiento.
La imagen de Cuenca en aquellas dos primeras décadas de
siglo XVI era la de una ciudad encastillada, con una torre y una iglesia mayor
convertidas en fortalezas en manos de los Hurtado de Mendoza y de sus hombres.
Sus opositores pedían en vano al consejo real que se mandara un alcaide, tal
como en Segovia y su Alcázar, para imponer el orden. Sin embargo, el problema
era social y su raíz estaba en la Tierra de Cuenca más que en la ciudad: se
pedía a la vuelta a la Corona real y a la jurisdicción de la ciudad de los mil
quinientos vasallos del sexmo de Altarejos y tierras anejas, en manos de
criados de los Pacheco belmonteños, la expulsión de los ganados de las tierras
ocupadas, que impedían la labranza para alimentar una población en aumento,
pero las acusaciones iban dirigidas contra la nobleza, vistos como malhechores
feudales: el marqués de Moya había ocupado una parte de los términos de la
tierra de la ciudad; Luis Carrillo, Valdecabras; el señor de Piqueras,
Chumillas; el regidor Juan de Alcalá, la dehesa de Nogerón en Valera de Suso y
tierras en el lugar de Solera; Diego Hurtado de Mendoza, el lugar de Uña,
Cañada y la dehesa del Hoyo; la orden de Santiago, además de Valtablado tenía
ocupado el término de Armiñones y Mezquitas. La lista de heredamientos
enajenados en manos de otros regidores era interminable y las acusaciones se
extendía a los canónigos de la catedral, en una sede episcopal con obispo
extranjero y no residente en la ciudad.
Las miras estaban puestas en el canónigo Diego Manrique,
azote de los caballeros y principales de la ciudad de Cuenca. Acusado por sus
enemigos de difundir un libelo contra los caballeros conquenses en una
pantomima de ceremonia: reunidas doscientas personas se leyó un libelo difamatorio,
ante escribano, para “guardar secreto” de lo allí leído. Entretanto, los fieles
de los Hurtado Mendoza, los licenciados Cuéllar, Titos y Orellana, se
encargaron de divulgar el libelo casa por casa. El escrito había sido redactado
por Martín el de la Lechera, y parece ser una respuesta a un escrito anterior
contra las grandes familias de la nobleza, de cuya autoría se acusaba al licenciado
Cervantes.
Las acusaciones contra los Hurtado de Mendoza venían de los
regidores García Hernández de Alcalá y Hernando Valdés. Eran interesadas, pero
ciertas. Si el canónigo Diego Manrique culpó a sus criados, Diego Hurtado de
Mendoza alegó razones políticas para justificar las violencias, los problemas
con el corregidor Martín de Acuña se hizo en virtud de cartas secretas del rey
Fernando, por entonces en Nápoles, y traídas por Micer Andrea. Si bien de su
declaración se dejaba traslucir la enemistad manifiesta contra el licenciado
Cervantes, que había cortado las manos a dos de sus criados. En la época de las
Comunidades, aunque él estaba ausente, acompañando al Emperador en Flandes, los
desmanes de su hermano Rodrigo Manrique, con muerte en el campo de San
Francisco e intento de asalto a la ciudad el 18 de octubre con setecientos
hombres, eran simple respuesta a los desmanes de los comuneros. Si bien Rodrigo
y Diego Manrique intentaron sosegar en un primer momento a la Comunidad que se
juró en la iglesia de Santo Domingo, los hechos se precipitaron cuando, en
agosto de 1520, ambos fueron expulsados de la ciudad junto a la madre de Diego
Hurtado, Francisca de Silva. La casa familiar fue asaltada y saqueada.
Nos es especialmente importante buscar las razones por las
que la rebelión de las Comunidad fracasó en Cuenca. Hemos aportado varias
causas, de ellas, la primera un reparto de tierras decidida por el concejo de
Cuenca. Hecho en el que se escudó el propio Diego Hurtado de Mendoza para
justificar sus ocupaciones legales y un hecho al que se intentó dotar de cierta
legalidad con la aprobación por el Consejo Real. Así nos lo narraba Diego
Hurtado:
Que en lo que dizen que se labre la syerra contra el
thenor de çiertas sentençias por los
vasallos del dicho Diego Hurtado dize que de su consentimiento y voluntad no se
prouará con verdad averse echo antes después que se dieron las sentençias e
carta executoria él les habe dado e lo vedo hasta el tienpo que estubo rrebuelta
la dicha çibdad que se pregonó que labrasen en la dicha sierra los que
quisiesen pagándole cierto tributo a la çibdad porque paresçió ser cossa muy
hútil e provechosa a ella ansy a esta causa Hernando de Valdés uno de los
rregidores que aquí están e an dado los dichos capítulos fue a Palençia a pedir
en nonbre de la dicha çibdad que se labrase la syerra e v. mt. mandó proveer de
una provisión para la justiçia que hoviese ynformaçión de la hutilidad e
prouecho dello e se truxiese al Consejo lo qual se truxo e hasta agora no se ha
visto.
Los pueblos de la sierra continuaban en 1524 intentando
legalizar ese repartimiento de tierras, quizás generalizado en todos los sexmos,
pues tenemos noticias de las peticiones de los sexmeros; lo que muestra que
había una ocupación de hecho de las tierras tomadas en el verano de 1520. Otras
medidas, ya al final del otoño, como la presencia de los comuneros de las
diversas collaciones de la ciudad en los ayuntamientos o la celebración del
mercado franco de los jueves ayudarían a explicar por qué las Comunidades en
Cuenca se apagaron. Y es que el triunfo de los labradores pobres fue total en
un primer momento frente a la nobleza: acceso a la propiedad de la tierra y defensa
de la ciudad a los sublevados en las tierras del sur para volver a la jurisdicción
real en oposición a los criados de los Pacheco y sus jurisdicciones usurpadas.
En cualquier caso, la vuelta de los Hurtado de Mendoza tras
las Comunidades no fue una vuelta a la situación anterior. Si Luis Carrillo de
Albornoz emprendía el camino de la guerra de Navarra para esconder viejos
compromisos comuneros. Los Hurtado de Mendoza toparían con el licenciado
Cervantes, dispuesto a juzgar las tropelías de la familia. Es hecho cierto que
los Hurtado de Mendoza intentaron linchar al licenciado Cervantes, juntando
gente armada con picas en su casa a cargo del comendador Rodrigo Manrique, mientras
el canónigo Diego y el racionero de la catedral Requena espiaban una noche
cerrada los movimientos del licenciado para preparar el asesinato. Los hombres
de Rodrigo Manrique intentaron dar el golpe final, pero no contaron con la
defensa de los alguaciles del licenciado Cervantes, que como ya hemos
mencionado cortaron la mano de dos criados de los Hurtado de Mendoza y le
abrieron la cabeza a otro. Rodrigo Manrique escaparía por una puerta falsa de
la casa familiar, al ser buscado por la justicia, haciendo caso omiso del
Consejo Real y sus emplazamientos para presentarse, mientras su primo el canónigo
Diego Manrique se mostraba sumiso a la justicia para responder, aunque
alargando su presencia en la Corte, donde se le habían dado quince días para
presentarse por cédula de 30 de junio de 1524. Para septiembre el pleito seguía
inconcluso y sin visos que los Hurtado de Mendoza Y Manrique respondieran ante
el Consejo Real. Por cierto, hemos de alegrarnos que Rodrigo Manrique no matará
al licenciado Cervantes, pues estamos ante el abuelo del autor de El Quijote…
quizás la historia de la literatura española hubiera cambiado.
AGS, CRC, 73